sábado, 19 de marzo de 2011

Niño oasis

Todo es decepción de su parte, aunque crea tener la capacidad de conocerlos a todos de una manera más acabada de la que ellos mismos podrían. ¿Cómo ha llegado el niño oasis a representar su papel? Es fácil, pero largo de explicar. Siempre taciturno, escondió dentro de sí la convicción aristocrática del liderazgo, adornándola de contradictorios toques cristianos ajustados a la correspondiente moral contemporánea. Cuento corto: había una vez un reino maravilloso. Una noche, en un carnaval de agradecimiento a los dioses por la abundante cosecha, tres niños se escabullían entre la multitud robando todo lo que pudiesen. El acuerdo era simple: quien reuniese la mayor cantidad de monedas de plata se quedaría con todo lo que juntaran entre los tres. Más que la necesidad, lo que los movía era el aburrimiento y la satisfacción de hacer algo que les parecía original, puesto que eran niños. Pasaron las dos horas acordadas para esta actividad y, sentados bajo una carreta, comenzaron con el conteo. Fue el conteo más rápido de la historia: eran robots. En lugar de monedas de plata, sólo habían juntado robots de bolsillo (muy similares a las monedas, aunque de mayor valor), terminando el conteo instantáneamente en cero para los tres. ¿Quién debía quedarse ahora con los robots? ¿Cómo habrían de repartirlos? ¿Debían dividirlos en partes iguales o es que cada uno debía quedarse con lo que pudo tomar? Ninguno de los tres pudo dar con la respuesta. Pues, dejando de lado todo prejuicio, ¿es eso posible? Lentamente, ese malestar tan conocido por nosotros se fue apoderando de ellos, hasta que, con una determinación sorprendente, decidieron cavar un agujero y enterrar ahí los robots, en una especie de ceremonia simbólica sin una finalidad ajena a dejar atrás aquel momento. De vuelta a casa jugaban a ser primeros programas, saludando a quien encontrasen, pues el asunto ya había sido olvidado.