miércoles, 28 de marzo de 2012
Alegoría
Todo el mundo sabe que el alcohol constituye un multiplicador de la extroversión por un factor cercano a cuatro. Su escasez, sumada a un déficit de confianza y a un exceso de seriedad, puede ocasionar la conocida degeneración del carrete hacia una dialéctica semiformal en torno a contenidos de improvisada madurez, con la moderación justa para no quedar mal, como ortodoncia metálica o el calor que hizo ayer. En este estado y pasadas las tres de la mañana, cualquiera preferiría ir a descansar, pero hacerlo implicaría al mismo tiempo confesar la falta de incentivo entrañada en mantener la conversación. La situación más severa se da cuando todos los congregados comparten un pensamiento parecido, y puede pasar una infinidad de tiempo hasta el anhelado quiebre. Todos quieren dormir, pero nadie puede hacerlo por culpa de los demás, o, más bien, de una convicción personal e incuestionada surgida en base a lo que de prejuicio se cree que a ellos molestaría. Sin otra opción, pasaron más de sesenta horas forzando risas, suspirando y ocultando bostezos. Se cortó la luz y todos murieron. Eran robots.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario