lunes, 29 de noviembre de 2010
Vocación de programador
Desde muy pequeño comenzaron a hacerme la típica pregunta: "hijo, ¿qué quiere ser cuando grande?". No es que me la hicieran solamente mis padres, sino que a esa edad se es hijo también de las abuelas, de las tías, de la señora que vende manteles y de toda esa gente que es en promedio bastante intrusa. Pero me estoy desviando del tema. Si el tema fuese una pista, la mitad de mis llantas estaría sobre el césped, disminuyendo mi velocidad. Yo siempre les contestaba lo mismo: "no sé". A medida que fui creciendo, entendí mejor las posibilidades que me ofrecía la sociedad, pero mi respuesta continuó en la incertidumbre. ¿Qué quiero ser? ¿Bombero? ¿Policía? ¿Filogenetista? ¿Programador? ¡Programador! ¿Qué es eso? Uno no tiene idea ni siquiera de que existen. La vocación de programador es un pescador que usa la curiosidad como cebo. Nos dejará gustar de su original sabor hasta hartarnos. Entonces tirará del anzuelo y terminaremos cortados en trozos sobre una mesa navideña, bañados de salsa y rodeados de papas, mientras los niños abren regalos dispuestos bajo luces multicolores con la alegría de un futuro programador que logra compílar su primera interfaz gráfica.
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