Cuando salía a jugar al patio, entre que corría y corría incansablemente entre las ligustrinas y alrededor del membrillo miraba de vez en cuando a mi bisabuela. Ella sacaba una silla de la casa para acompañarnos y tomar el fresco en las tardes de verano. A partir de cierta ocasión, comenzó a sacar también sus palillos y bolsitas con ovillos de lana para continuar con el tejido de la piecera que por muchos años posteriores adornó los pies de mi cama. Todos elogiaban los tejidos de mi bisabuela, pero a medida que su vista se debilitaba mantener esta ocupación se le fue haciendo cada vez más difícil. Así, los cinco tigres que rugían sobre la piecera, cabezones y algo desproporcionados, representan su última y, considerando las circunstancias, más ambiciosa incursión en el arte del tejido. Una vez terminados, aseguró una y otra vez que le quedaron justo como quería.
Poco antes de su muerte, conectada a un respirador, no sé por qué le pregunté si se acordaba de los tigres. Esbozó una sonrisa, se quitó momentáneamente la mascarilla y creo que la oí decir:
- En poco yo seré los tigres.
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