La niñita llevaba dos horas esperando a su papá. Este la había dejado en el auto tras indicarle que se portara bien y lo esperara ahí. No era la primera vez que aquello sucedía. Prueba de esto es cómo la niñita había aprendido a entretenerse repasando mentalmente el estado de las relaciones interpersonales que mantenían sus juguetes. La ventana del conductor había quedado entreabierta, pero el viento de la tarde era cálido y por poco contribuía con el sofocamiento.
La niñita se asustó cuando su papá abrió la puerta. El hombre miró a su hija, esbozó una sonrisa torcida y maloliente, y como chorreando las palabras le dijo:
- Aquí tiene mi niñita. Vaya y cómprese un dulce, pero espéreme aquí sentadita después.
Sin darse cuenta, el padre desembolsó un billete de diez mil pesos, le acarició torpemente el pelo a su hija y de un salto volvió a abandonarla. Enunciar en voz alta las innumerables posibilidades que el billete le ofrecía puso a la niñita muy contenta.
La niñita bajó del auto, cerró la puerta y tuvo que caminar un poco a través del estacionamiento del supermercado. En ese minuto, nada ni nadie le importaba más que su papá. Por eso, y solo porque necesitaba apaciguar su apetito, decidió comprarse para ella nada más que un paquete de cabritas y una cajita de jugo. Cautivada por un profundo sentimiento de gratitud, usó el resto del dinero para comprar un documental en DVD sobre los pingüinos de Humboldt, porque recordó la vez en que con su papá había ido a verlos en el zoológico. "Sus panzas son blancas como la nieve; así los hijitos pueden hacer dibujos sobre la guata de sus mamás", le había asegurado su padre en aquella ocasión. De seguro a él le encantaría poder volver a contemplar tan maravillosas aves cuando quisiera, aunque tuviera que ser en la tele.
El padre tardó aún dos horas más en regresar al auto. Para entonces ya estaba oscuro. La niñita se había quedado dormida en el asiento de atrás. Antes de dormirse había escondido el DVD debajo del asiento del copiloto. Para la próxima tarde de auto, se pondría el vestido con bolsillo de canguro. Ahí guardaría el DVD hasta el cumpleaños de su papá. Dentro de su ebriedad, el padre sintió algo de envidia de la niñez de su hija. Sin siquiera encender las luces, se echó a correr por las calles y a las pocas cuadras se estrelló contra un poste de alumbrado público. Podría decirse que el accidente fue benévolo. La niñita se golpeó en la cabeza y se puso a llorar. Producto del impacto, el DVD se deslizó fuera de su escondite y quedó al descubierto sobre la alfombra. Al verlo, el padre, dentro de su aturdimiento, también lloró.
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